domingo, 27 de noviembre de 2022

Guapo

Guapo es el nuevo miembro de la granja. Celebramos los cuatro años en nuestro hogar con un carnero. De la misma raza que las ovejas. Lo compramos en un pueblo a unos cuarenta minutos en coche de casa hace dos semanas. Había muchos carneros pero éste me hizo tilín a primera vista. 

La granjera que nos lo vendió nos explicó algunos detalles importantes. Al parecer la cornamenta ha de ser grande y las puntas deben estar separadas del cuerpo. Eso indica que el animal es sano y fuerte.

Tendríais que haber visto la reacción  de las ovejas cuando lo divisaron en el remolque. Empezaron a balar alto y a emitir sonidos nuevos. Y Guapo les contestaba, inquieto por conocerlas. 

Las primeras horas vimos el inicio del cortejo en directo. Venga a correr tras ellas en la pradera,  y cómo no olerlas, y refregarse. Aún no hemos presenciado un apareamiento (es un proceso de varias semanas), pero si todo va bien tendremos corderitos abril o mayo.

Es curioso ver lo contentos que están todos juntos.  Ahora ya está llegando el invierno y les hemos puesto un poco de heno afuera porque hay menos hierba.

Guapo ha hecho buenas migas con Pepper y pasean mucho juntos.

Este fin de semana han entrado dentro del corral. Toca esquilar al ganado otra vez. Lo hacemos al modo tradicional, con tijeras. Como ya saben de que se trata están mucho más tranquilas. Lo que confían en nosotros da una alegría grande. A ver cómo va con Guapo cuando llegue su turno.

Entre hoy y ayer hemos acabado con las cuatro hembras.  Guapo, muy satisfecho con el resultado, les hace estas muecas que veis en la fotografía abajo. Éstas son parte del rito de seducción. Y ellas dan muestras de satisfacción, pero aún no aprueban el apareamiento. Es muy fascinante tener la oportunidad de verlo.

 

Además es una delicia lo suave que es la lana al tacto. Tenemos un proyecto nuevo entre manos los próximos meses: hacer nuestra propia lana.Ya os contaré cómo acaba la aventura.

Hasta la próxima y feliz primer domingo de adviento.

sábado, 22 de octubre de 2022

Amor de madre

Hablando horas y horas, recorriendo caminos de seta en seta - a lo Super Mario Bros - y cocinando cosas ricas: La receta de unas buenas vacaciones de otoño. En nuestro hogar noruego y sus cercanías. Contigo, mami.


 

Como buena aventurera, has apreciado dormir en la cabaña noruega que hay junto a nuestra casa. Hasta te has atrevido a usar el famoso utedo. Me han encantado tu entusiasmo por nuestro proyecto granjero (det varmer que dicen por estos lares), y  tus buenos consejos ¿Quizás algún día seremos unos expertos como en el libro que os contaba en mi anterior entrada?



No han faltado lagos, buenas vistas, hogueras calentitas, setas y gastronomía noruega. Como el cordero en col  (fårikål) o la crema de arándanos rojos (más conocida como trollkrem o crema de trol) También hemos disfrutado de lo lindo de las tapas de jamoncito rico, sobrasada, queso y fuet que nos trajiste. Y qué decir de la  auténtica pizza siciliana, cortesía de mi querida amiga Loredana (grazie mille, bella)




Has impresionado a los chicos y a Asbjørn saliendo de excursión todos los días, pese a los ratos de lluvia.



Aunque la vuelta a Barcelona fue algo accidentada, puedes decir, con orgullo, que has dormido en HellEres una aventurera nata y curiosa por naturaleza. Me siento maravillosa cuando pienso que son dos cualidades que he heredado de ti.  

Muchas gracias por unos días geniales, mami. Me has dado un regalo que no necesita papel ni envoltorio alguno: Energía y felicidad. En un año lleno de médicos y revisiones, donde las fuerzas flaquean con más frecuencia de lo que me gustaría, el amor de madre es una de las mejores medicinas.



Hasta la próxima

domingo, 2 de octubre de 2022

Una oda al desaprender

Hará cosa de un mes pusieron todas las entradas para el teatro de Trondheim a mitad de precio. A mí que me encanta, me pareció una noticia estupenda. Elegí una obra de teatro inspirada en un libro de un controvertido autor noruego, Knut Hamsun.  Bajo el título Markens grøde (significa los frutos de la tierra) se erige una eminente novela nórdica. Merecedora del Premio Nobel de Literatura en el año 1920. 
 
Es también uno de los libros de referencia de Asbjørn. Me lo prestó, pero al estar escrito en un noruego antiguo era de lectura muy lenta. Por suerte lo encontré en español bajo el título La bendición de la tierra.
 
El libro narra la historia de un hombre, Isak, que construye su propio hogar en una ciénaga solitaria. Empieza con una pequeña choza de barro. Poco a poco, se va rodeando de animales y conoce a la que será su mujer, Inger. Más tarde, un descubrimiento en la zona pondrá patas arriba a la comarca. Aparecen nuevos vecinos y cómo no los retos de la convivencia.
 
                                                        

La narración es un claro homenaje a la vida en el campo y plantea la antítesis ciudad-campo. Una oda al desaprender, a  los paisajes, a los seres vivos que pueblan la naturaleza. Y como no a los frutos de la tierra. 
 
 
 
 

La dicotomía es buena porque, pese a tomar partido por la vida rural, el escritor no idealiza nada. La lectura de La bendición de la tierra me ha dejado huella. Me atrevo a afirmar que, aunque soy granjera aficionada, me he sentido identificada con muchos aspectos del libro:  Lo bonito de ver los cambios de las estaciones del año, la belleza de los árboles y procurarse la leña, la huerta, los animales. O el orgullo de ser autosuficientes en cuanto a patatas y huevos por ejemplo.  



 
Explica los retos del clima,  cuándo un animal enferma o se pierde, entre otras cosas. Sin olvidar el esfuerzo que hay que poner en todas las tareas como granjero. Por otro lado, la situación de la mujer de la época y la relación entre los protagonistas es algo que  me atrajo mucho del libro. Hay feminismo en esta obra de hace más de un siglo. Y un amor imperfecto y real como la vida misma.

En cuanto a la obra teatral reconozco que era un poco alternativa para mi gusto, pero mereció la pena verla. En una sala antigua con un techo precioso y con entradas en segunda fila. Qué más se puede pedir.
 
Hasta la próxima
 

jueves, 22 de septiembre de 2022

Cómplices

Dicen que en los olores es dónde se almacenan con más fuerza los recuerdos. 

A mí el olor de pasteles me hace pensar en mi madre. Toda la repostería que nos preparaba de niños. Los perfumes de la cocina marinera me  transportan a momentos especiales. El aroma del café o del té me recuerdan a mis días en la facultad. 

La fragancia de las moras árticas me envía derecha hasta la primera acampada que hice con Asbjørn. Y de eso ya hace seis años. La esencia de las flores frescas, y la tierra mojada  me obsequian con la sensación de libertad. Y así podría continuar hasta el infinito.

A través de las fotos también podemos rememorar aquellos viajes, cumpleaños o experiencias de la vida. Pero sí algo se graba en el cerebro es cómo nos hacen sentir los demás,  y cómo nos hacemos sentir nosotros mismos. Las emociones. 

                             Entre girasoles. El pasado finde en Kristiansand. 

Me encanta la gente que es sinónimo de casa. Que no sólo es pero está. Uno de los tesoros más valiosos de la vida. Tengo la suerte de tener a algunas de ellas a mi lado, físicamente. 

Este verano fue muy emocionante el primer viaje al extranjero con los niños y mi compañero. Seis días entre Londres y la costa jurásica inglesa nos regalaron momentos impagables. Los recuerdos se fabrican como por arte de magia cuando pienso en ello.

                            Stonehenge, el favorito de los chicos. Muy místico.

A otras personas especiales las veo cuando se tercia. Con ellas siempre siento como si el tiempo no hubiera pasado. A veces, un extraño puede hacer de mi día un día especial. Me fascina también la gente que aparece de repente. La magia de los nuevos lazos. No todo en esta vida se puede planear. Más bien casi nada.

Con los animales me relajo mucho. Son agradecidos y fieles. Tienen sus rutinas, reglas y sentimientos.  Por otro lado, sigo trabajando con el amor propio.  Ahora me acabo de regalar un curso de escritura creativa on-line (empieza en noviembre) y una camiseta bonita. Me siento fuerte y hermosa con ella. Le estoy cogiendo el gusto a cuidarme.

Actitudes, abrazos, sonrisas, miradas, lágrimas.  Todo ello me hace experimentar que tengo cómplices de vida. Y que hoy amanecí filosófica. 

Amanecer en casa  

Hasta la próxima

jueves, 25 de agosto de 2022

La sal de la vida

Llegó el mes de julio. Con lluvia y muchos días grises. Tanto que la gente empezó a estar værsyk o enferma del clima. Yo misma también lo noté. Más sensible de lo habitual, que ya es decir. Bastante cansada al acabar el día. Por lo pronto empecé a tomar el famoso aceite de pescado (que se toma los meses con "r") para que no me bajase la vitamina D.

Aquí me veis con jersey de lana un mediodía del mes de julio. En cambio en Barcelona todos achicharrados de calor. Ni una cosa ni la otra.

 
 
Un día de julio vi que la protagonista de una serie se emocionaba al bañarse en el mar por primera vez. Esa imagen me trasladó al  gusto de sal en la boca del Mediterráneo. A falta de pan, buenas son las tortas. Imaginé pipas. Las pipas que me compraba de niña en Villafranca del Cid. A cinco pesetas sin pelar, y a diez pesetas peladas e hiper saladas.

                                         Imagen extraída de https://vinespa.be/nl/node/100000776

Me fui al cajón de la cocina donde tengo todas las semillas para el pan. Aún quedaba medio bote de pipas de girasol. Ni corta ni perezosa, me puse un puñado en la mano y las salé. La boca me ardía. Pero qué ricas estaban. 

Pese al mal tiempo, la naturaleza siguió obsequiando con sus mejores galas. Y me dediqué a hacer fotos de flores.




Julio también nos trajo el milagro de la vida a la granja. Se nos puso una gallina clueca en junio. Los pollitos rompieron el cascarón el 5 de julio. Nada más y nada menos que nueve polluelos. Son de lo más salado.




 

Corren por todas partes, y se bañan en la tierra imitando a su madre. Tienen un gran respeto por Capitán, el gallo.

A finales de julio y coinciendo con el inicio de las vacaciones, el sol volvió a hacer acto de presencia. Y llegó el tiempo de buenas lecturas en la hamaca.

Asimismo la visita de mi hermano Pablo y su pareja Marta me alegró, de sobremanera, el corazón. Muchas gracias a los dos por tan rica compañía.

Una vez más, me doy cuenta que la sal de la vida está en las cosas más sencillas. Pronto os cuento la segunda parte de las vacaciones de verano.

 Hasta la próxima

domingo, 12 de junio de 2022

Saliendo del faro

Este mayo y lo que llevamos de junio ha sido de locos. El 17 de mayo o día nacional noruego (soleado y precioso), algunas celebraciones, volver al 80 por ciento al trabajo, y tareas diversas en la granja. Eso sí: Llevo unos meses saliendo del faro o mi zona de confort y me siento orgullosa.

Con la llegada del buen tiempo en mayo las ovejas estaban bien acaloradas. 

Nos decidimos por esquilarlas al modo tradicional, es decir, con tijeras. Tardamos entre cuarenta cinco minutos y una hora y media por oveja. Se podría decir que estuvimos entretenidos ese fin de semana.

Tras una clase de una horita de la prima de Asbjørn, nos lanzamos con las nuestras. Obviamente su primera experiencia peluquera no les hizo demasiado gracia. A ratitos las mimábamos para que estuviesen tranquilas. Ponían su cabeza junto a mi corazón y yo me derretía. Tener contacto con animales es un sueño hecho realidad, aunque incluya sus dosis de sufrir por ellos. 

Tenía miedo de hacer algún fallo con la tijera, lo reconozco. Su sonido me produce cierto pánico al acercarse al cuero cabelludo. Cuando mi madre era mi peluquera se la liaba parda a la pobre. Tras un poco de práctica, empecé con mis primeros pinitos como peluquera ovina.

Adrià también participó activamente del proceso. Tiene mucha mano y quiere a las ovejas con locura.


Tenemos la idea de producir nuestra propia lana de forma artesana. Os iré contando cuando llegue el momento. Lo bueno de cortar con tijera es que no se quedan tan peladas y no pasan frío afuera. Mirad qué guapas están...

Por otro lado, sigo muy activa físicamente. Me he aficionado a correr, spinningstep como nuevos actividades. El primer día de step iba cazando moscas, pero, tras cuatro o cinco veces asistiendo a las clases,  ya levanto las piernas y salto con más estilo.

Mi primera carrera  con mis coletitas a lo Pippi en Trondheim, 5km. Los niños y Asbjørn vinieron a animarme. Todo un detalle.

Todo esto lo combino con zumba, natación y algunas excursiones cortas que me ayudan a centrarme en el momento presente.

                                                     Cena sencilla en el bosque de Buvika tras el trabajo.
 

                                                    Ya han llegado las flores a Noruega. Cerca de Melhus.

Me siento más poderosa, a lo Sia. Pongo límites mejor, aunque me cueste y sea incómodo. Sigo dando mucho y vigilando desde mi faro. A veces tantas luces me deslumbran y tengo días raros donde todo me abruma.   El saber relajarme y no  atender a todas las luces que llegan es algo que debo seguir practicando. Pero noto que sé obsequiarme con más amor y  darme prioridad. Y lo mejor, compartir mis intereses y necesidades con la gente a la que quiero. 

 Aquí de fika  en Gotemburgo en una escapada en mayo. Con una parada hermosa en Elverum (gracias Berit y Lars)

La terapeuta municipal me ha ayudado una barbaridad desde que tuve el burnout el pasado diciembre. Me ha enseñado varias técnicas y ejercicios prácticos, que han complementado las teorías que me explicó la psicóloga en su día. Poco a poco, sigo trazando mi camino. La práctica hace al maestro que dicen.

Hasta la próxima.

sábado, 7 de mayo de 2022

La chica zumbera

Supé de la existencia de la zumba en el 2016. Me apunté con algunas reticencias,  un poco vergonzosa como soy yo. Y ante mi sorpresa, descubrí una manera de bailar y hacer deporte que me enganchó.  

Con la zumba me suelto, canto, me muevo y disfruto de lo lindo. Lo mejor es que se me ha quitado el miedo a hacer actividades en grupo.  Eso, entre otras cosas, me llevó a que me decidiera por hacerme un regalo a mí misma: Un campus de zumba combinado con otras actividades físicas. Organizado por una pequeña empresa noruega. Nada más y nada menos que en Mallorca. Con sus aguas transparentes, sus deliciosas naranjas y su deslumbrante serra de Tramuntana.

 

Hacía siglos que no viajaba yo sola.  Montones de mariposas en el estómago y un poquillo de miedo.  Leí algunas guías de Mallorca las semanas previas.  También compré algunas camisetas y mallas para sudar la gota gorda (o suar la cansalada que decimos en catalán)

La primera parada fue en Barcelona. Un par de días para ver a mi gran familia y a mis dos mejores amigas barcelonesas. Cada vez es igual de emocionante. Desde la pandemia aprecio - aún más si cabe - estos encuentros.

                                                            Con mi hermana Carla

Llena de amor de madre y el calor de mi gente, cogí un vuelo hacia Palma de Mallorca. Me decidí por llevar sólo equipaje de mano. Cargada como una burra, pero no tuve que facturar. Manías que tiene una. 

Al llegar al aeropuerto mallorquín empezó un reto para mí: Orientarme. Siempre me cuesta mucho y me estreso, lo reconozco. Hasta que al final dí con el bus correcto. Vamos que nos vamos  al hotel. El campus empezaba al día siguiente pero quería ir un poco antes por si los vuelos se liaban.

                                                Palmeras, piscina y solecito. Lo extrañaba.

Mis sentidos se empezaron a despertar. El olor a mar, la gente descalza en la playa y la algarabía de todos los bares  y restaurantes. Llevaba tanta energía que me decidí por mi primera excursión sola: Visita a  Valldemossa. 

Me confundí con los buses y  acabé en Port de Sóller en vez de de Valldemossa. Pero fue una equivocación acertada.  Olivos por doquier, palmeras, valles y montañas, y mar . Un camino de una extrema delicia visual.

 

Tras varios intentos logré llegar a Valldemossa el mismo día. Me premié con una horchata almendrada y una coca de patata típica mallorquina. En el bar tenían música de Los Rodríguez. Qué recuerdos de juventud. A la sombra de almendros y limoneros. Con un libro y hablando algo con otra gente pasé un rato bonito.



Al día siguiente me lancé a reservar una visita guiada en Palma de Mallorca. Éramos sólo tres y fue de lujo. Me encantaron los patios y el barrio judío. La catedral también impresiona. La guía tenía una marcada pasión por las tradiciones y la naturaleza. Muy amena.


Luego me zampé un par de cocas en un horno ecológico mallorquín, El Fornet de la Soca. Era el Dia de Sant Jordi. Y yo contenta mirando libros y rosas en las ramblas de la capital de la isla.

 

Por la tarde empezó el campus. Allí estaba yo. Con otras tantas chicas y un chico (a los que no conocía) bailando con Carina. Ella es una reina de la zumba y las actividades deportivas, aparte de una persona muy humana. De esas que son bonitas por dentro y por fuera.


Al día siguiente tocó yoga al amanecer. Mágico. Una luz muy linda. Empecé a conocer más a la otra gente. Hice especialmente relación con una chica colombiana majísima y su hija. Un encanto también. 

 

 

El campus duró seis días y fuimos en bici, bailamos mucha zumba y aprendimos algunos pasos de merengue, bachata y otros bailes latinos. Al fin  dejé caer la cadera y aprendí algunos movimientos a lo Shakira.  Sigo siendo novata, pero ahora parezco menos palo de escoba cuando me muevo.

 

 No faltaron el power walking (caminar deprisa) y estiramientos en la playa.

El punto álgido fue una excursión desde la fantástica localidad de Deià hasta Port de Sóller. 14 kilómetros y medio. Edificios de piedra seca, olivos de diferentes edades y multitud de árboles frutales. Una naranjada en medio del camino y un chapuzón en el mar que me supieron a gloria.  Ese fue uno de los  mejores días de la semana.




Teníamos ratos para estar a solas y otros para socializar. Así que tuve tanto tiempo para mí misma como para conocer  a otra gente.  El grupo encajó muy bien. En poco tiempo la complicidad saltaba a la vista. Muchas risas y confidencias. Es increíble como, a veces, acabas de conocer a alguien y sabes que llega para quedarse en tu vida.

 

 

También tuve tiempo para sentirme guapa. Muchas gracias a Caroline y a ti, Lida, por todos esos ratos juntas. Llenos de buenas conversaciones, comiendo helados, y  haciendo el loco y el coqueto.

Llegó el último día. Despedidas y alguna lagrimilla por dentro. Pero no olvido esa sensación de estar viva y feliz.   Y como una gamba en algunas partes del cuerpo también, jaja.

 

Además que sepáis que gané el premio a la mejor española del año por, entre otras, mis labores de traducción en buses y restaurantes. Fue muy gracioso. Me regalaron un libro de entrenamiento mental. Acierto total. 

Namasté