Llegó el mes de julio. Con lluvia y muchos días grises. Tanto que la gente empezó a estar værsyk o enferma del clima. Yo misma también lo noté. Más sensible de lo habitual, que ya es decir. Bastante cansada al acabar el día. Por lo pronto empecé a tomar el famoso aceite de pescado (que se toma los meses con "r") para que no me bajase la vitamina D.
Aquí me veis con jersey de lana un mediodía del mes de julio. En cambio en Barcelona todos achicharrados de calor. Ni una cosa ni la otra.
Imagen extraída de https://vinespa.be/nl/node/100000776
Me fui al cajón de la cocina donde tengo todas las semillas para el pan. Aún quedaba medio bote de pipas de girasol. Ni corta ni perezosa, me puse un puñado en la mano y las salé. La boca me ardía. Pero qué ricas estaban.
Pese al mal tiempo, la naturaleza siguió obsequiando con sus mejores galas. Y me dediqué a hacer fotos de flores.
Julio también nos trajo el milagro de la vida a la granja. Se nos puso una gallina clueca en junio. Los pollitos rompieron el cascarón el 5 de julio. Nada más y nada menos que nueve polluelos. Son de lo más salado.
Corren por todas partes, y se bañan en la tierra imitando a su madre. Tienen un gran respeto por Capitán, el gallo.
A finales de julio y coinciendo con el inicio de las vacaciones, el sol volvió a hacer acto de presencia. Y llegó el tiempo de buenas lecturas en la hamaca.
Asimismo la visita de mi hermano Pablo y su pareja Marta me alegró, de sobremanera, el corazón. Muchas gracias a los dos por tan rica compañía.
Una vez más, me doy cuenta que la sal de la vida está en las cosas más sencillas. Pronto os cuento la segunda parte de las vacaciones de verano.
Hasta la próxima