sábado, 7 de mayo de 2022

La chica zumbera

Supé de la existencia de la zumba en el 2016. Me apunté con algunas reticencias,  un poco vergonzosa como soy yo. Y ante mi sorpresa, descubrí una manera de bailar y hacer deporte que me enganchó.  

Con la zumba me suelto, canto, me muevo y disfruto de lo lindo. Lo mejor es que se me ha quitado el miedo a hacer actividades en grupo.  Eso, entre otras cosas, me llevó a que me decidiera por hacerme un regalo a mí misma: Un campus de zumba combinado con otras actividades físicas. Organizado por una pequeña empresa noruega. Nada más y nada menos que en Mallorca. Con sus aguas transparentes, sus deliciosas naranjas y su deslumbrante serra de Tramuntana.

 

Hacía siglos que no viajaba yo sola.  Montones de mariposas en el estómago y un poquillo de miedo.  Leí algunas guías de Mallorca las semanas previas.  También compré algunas camisetas y mallas para sudar la gota gorda (o suar la cansalada que decimos en catalán)

La primera parada fue en Barcelona. Un par de días para ver a mi gran familia y a mis dos mejores amigas barcelonesas. Cada vez es igual de emocionante. Desde la pandemia aprecio - aún más si cabe - estos encuentros.

                                                            Con mi hermana Carla

Llena de amor de madre y el calor de mi gente, cogí un vuelo hacia Palma de Mallorca. Me decidí por llevar sólo equipaje de mano. Cargada como una burra, pero no tuve que facturar. Manías que tiene una. 

Al llegar al aeropuerto mallorquín empezó un reto para mí: Orientarme. Siempre me cuesta mucho y me estreso, lo reconozco. Hasta que al final dí con el bus correcto. Vamos que nos vamos  al hotel. El campus empezaba al día siguiente pero quería ir un poco antes por si los vuelos se liaban.

                                                Palmeras, piscina y solecito. Lo extrañaba.

Mis sentidos se empezaron a despertar. El olor a mar, la gente descalza en la playa y la algarabía de todos los bares  y restaurantes. Llevaba tanta energía que me decidí por mi primera excursión sola: Visita a  Valldemossa. 

Me confundí con los buses y  acabé en Port de Sóller en vez de de Valldemossa. Pero fue una equivocación acertada.  Olivos por doquier, palmeras, valles y montañas, y mar . Un camino de una extrema delicia visual.

 

Tras varios intentos logré llegar a Valldemossa el mismo día. Me premié con una horchata almendrada y una coca de patata típica mallorquina. En el bar tenían música de Los Rodríguez. Qué recuerdos de juventud. A la sombra de almendros y limoneros. Con un libro y hablando algo con otra gente pasé un rato bonito.



Al día siguiente me lancé a reservar una visita guiada en Palma de Mallorca. Éramos sólo tres y fue de lujo. Me encantaron los patios y el barrio judío. La catedral también impresiona. La guía tenía una marcada pasión por las tradiciones y la naturaleza. Muy amena.


Luego me zampé un par de cocas en un horno ecológico mallorquín, El Fornet de la Soca. Era el Dia de Sant Jordi. Y yo contenta mirando libros y rosas en las ramblas de la capital de la isla.

 

Por la tarde empezó el campus. Allí estaba yo. Con otras tantas chicas y un chico (a los que no conocía) bailando con Carina. Ella es una reina de la zumba y las actividades deportivas, aparte de una persona muy humana. De esas que son bonitas por dentro y por fuera.


Al día siguiente tocó yoga al amanecer. Mágico. Una luz muy linda. Empecé a conocer más a la otra gente. Hice especialmente relación con una chica colombiana majísima y su hija. Un encanto también. 

 

 

El campus duró seis días y fuimos en bici, bailamos mucha zumba y aprendimos algunos pasos de merengue, bachata y otros bailes latinos. Al fin  dejé caer la cadera y aprendí algunos movimientos a lo Shakira.  Sigo siendo novata, pero ahora parezco menos palo de escoba cuando me muevo.

 

 No faltaron el power walking (caminar deprisa) y estiramientos en la playa.

El punto álgido fue una excursión desde la fantástica localidad de Deià hasta Port de Sóller. 14 kilómetros y medio. Edificios de piedra seca, olivos de diferentes edades y multitud de árboles frutales. Una naranjada en medio del camino y un chapuzón en el mar que me supieron a gloria.  Ese fue uno de los  mejores días de la semana.




Teníamos ratos para estar a solas y otros para socializar. Así que tuve tanto tiempo para mí misma como para conocer  a otra gente.  El grupo encajó muy bien. En poco tiempo la complicidad saltaba a la vista. Muchas risas y confidencias. Es increíble como, a veces, acabas de conocer a alguien y sabes que llega para quedarse en tu vida.

 

 

También tuve tiempo para sentirme guapa. Muchas gracias a Caroline y a ti, Lida, por todos esos ratos juntas. Llenos de buenas conversaciones, comiendo helados, y  haciendo el loco y el coqueto.

Llegó el último día. Despedidas y alguna lagrimilla por dentro. Pero no olvido esa sensación de estar viva y feliz.   Y como una gamba en algunas partes del cuerpo también, jaja.

 

Además que sepáis que gané el premio a la mejor española del año por, entre otras, mis labores de traducción en buses y restaurantes. Fue muy gracioso. Me regalaron un libro de entrenamiento mental. Acierto total. 

Namasté