domingo, 16 de septiembre de 2018

Gotitas de vida

Viernes 27 de julio de 2018. Treinta tres grados. Estoy sentada en el porche de casa en Trondheim. Ola de calor total.  Ya me he zampado tres polos. Las abejas se están poniendo moradas con las gotitas de ázucar que caen y quedan pegadas en la mesa. Lindo observar la vida en estos diminutos seres.

Tenía planeado ir a coger frambuesas pero la temperatura es demasiado alta. Esto me confunde y aturde por completo. Pero escribir siempre es una buena salida en estas situaciones.  Extraño el fresquito noruego, pero seguro que llega en unos días. Hoy habrá guerra de globos de agua en el jardín cuando los chicos vuelvan de casa de sus amigos. Y que no falte una cervecita bien fría.

Las vacaciones de verano fueron indescriptibles. En muchos sentidos. Trataré de resumirlas. Empezaron con dos días familiares en Barcelona. Comida rica, muchos abrazos y sentimientos a flor de piel.




La tripa de mi hermana Carla nos hace muy felices a todos, aún tener  el corazón en un puño por los problemas de salud que han alcanzado a la familia. Júbilo y dolor en una misma balanza. Y entre todos encontramos el equilibrio. Somos una piña. Confirmar que la vida es hoy y ahora. Hay que saborear las gotitas que nos da la vida.

A esto le siguió un viaje  de seis días con diversas destinaciones que me regalaron una vuelta muy valiosa a mis orígenes. Os cuento. Primera parada:  Delta del Ebro. Arrozales, calor, pájaros y muchos menos mosquitos de los que esperaba. Lindo respirar su silencio, más hermoso hablar con su gente y disfrutar de su gastronomía. Por fin me pude zampar unos caracoles y una paella. Ay, ay, ay.



Al día siguiente a Almassora a visitar a mi tío Paco, que nos hizo una comida de rechupete. Y venga a charlar y a ponernos al día. Los años no pasan cuando la gente es una parte de tu corazón. Abrazos, Paco.

Por la noche alcanzamos el  pueblo de mi padre, Villafranca del Cid. Un lugar que alberga multitud de recuerdos de infancia. Recorrer sus paisajes, oler a tomillo, mariposas de todos los colores...La lista llegaría a infinito.


También dio tiempo de ver pueblos místicos como La Estrella o de postal como Mirambel.



Sin olvidar la excursión ornitológica con Birding Teruel que os comenté en la útlima entrada. Recomendado para los amantes de los pájaros. David nos trató de lujo y nos explicó multitud de cosas sobre la zona. Aparte de enseñarnos su masía, una delicia para todos los sentidos.



El momento de postal fue cortesía de La Puebla de Arenoso, de donde viene mi abuela materna. Ella, Celia, era una persona a que no se le caían los anillos por nada y se ataba los machos fuese cuál fuese la situación. Luchadora hasta la médula.

Mi última vez allí en La Puebla de Arenoso fue a los 3 años y ya tengo casi 40. Os podéis hacer una idea de lo emocionante que fue estar allí. A mi mami le hacía tremenda ilusioń que lo conociera y localizara la casa de mis bisabuelos. Allí nació y creció mi abuela. Tras intercambio de fotos con mi madre di con ella.


La casa parecía cerrada desde hace algunos años. Ante la insistencia de mi novio (no sé porqué a mí estas cosas me dan vergüenza) me lancé a preguntar por la calle sobre la casa y sobre mi abuela. Cuál fue mi alegría cuando conseguí conocer a las primas de mi mami. Y a la persona que casi me saca las lágrimas allí mismo, el mejor amigo de mi abuelo paterno. Me tuvo toda la tarde con los ojos empapados de la emoción.

A sus 92 años el hombre me contó la historia de mi amor de mis abuelos. Y cómo mi abuelo y él patrullaban por el pueblo juntos y se contaban sus historias. Mi abuelo, andaluz y guardia civil, tuvo que emigrar con motivo de su trabajo. El amor de mis abuelos fue polémico en el pueblo, una historia bien hermosa. Según cuentan lucharon contra viento y marea por defenderlo. Imaginar a mis abuelos allí paseando por las calles o junto al río es algo que nunca podré olvidar.

Llegó el turno de volver a la ciudad condal, la niña de mis ojos. Disfrutar de la familia y todos los hijos de mis hermanas y los míos juntos. Y esa charla con las amigas de siempre, que tanta falta hace y tantos buenos efectos tiene.

Mi hijo mayor tenía una ilusión tremenda por conocer la Sagrada Familia. Se siente muy fascinado por los edificios famosos. Si bien hay bastante turismo en verano, el templo merece la pena. También nos hicimos la ruta del bacalao de algunos museos. No faltaron el Cosmocaixa y el Museu Blau. Y a refrescarnos en la Torre de les Aigues y la Bassa de Sabadell.


Hoy 16 de septiembre consigo elegir todas las fotos y ultimar esta entrada en el blog en mi otro hogar, Trondheim. Aquí estamos en pleno otoño y con 12 grados. Y con la primera excursión en tienda de campaña con los niños superada. Les encantó y eso me da mucho gusto. Amor de madre que se diría.


Hasta la próxima. Y gotitas de vida para todos.