sábado, 16 de abril de 2022

Una aventura helada

Tras mi última entrada primaveral llegaron tormentas de nieve y lluvia de nuevo. Mira que a mí la nieve me gusta, pero esta vez la empecé a vivir como un auténtico martirio. Cuando nieva demasiado pasa de todo. Puede ser un caos aunque de tierras nórdicas se trate.

Una cosa buena que tiene el mal tiempo: Cuando sale el sol la celebración es colosal.  La Pascua nos ha regalado sol y buenas temperaturas por estos lares (hasta diez e incluso doce grados) Y una nueva locura: Llevar la tienda de campaña grande a la nieve y sorprender a los niños, que regresaban ayer.

El jueves nos fuimos los mayores con las raquetas de nieve a un bosque muy tranquilo. A unos dos kilómetros de casa. Cuando llegamos, nos sorprendió la cantidad de nieve que quedaba. Pero nos decidimos por cavar lo que hiciera falta. Todo para poder colocar la tienda. Básicamente Asbjørn se encargó de la parte dura, mientras yo quité las bolas pequeñas. 

 

                                                 Como sacados de una película de OVNIS.

Tras tres horas lo conseguimos. Con orgullo pasamos nuestra primera noche allí.                            

                                                         Con escalera de nieve y todo

La noche fue algo fría  (4 grados bajo cero) y tenía la naricita helada. Pero nada que un té calentito y  un buen saco no solucione. Además la tienda cuenta con un horno sencillo de leña que da buen calorcito. Y tuvimos la suerte de poder escuchar un pájaro, que tiene un canto muy divertido, la chocha perdiz. Y otro cuyo sonido es enigmático y místico. Se trata del gallo lira.


Al día siguiente, recogimos a los chicos y nos fuimos todos juntos hacia la tienda. Como si de una expedición polar se tratara.


O al menos yo lo viví así. Fantasiosa como siempre. Con el peso de la mochila a las espaldas, sudando la gota gorda, y a  la vez más ligera que una pluma en mi cabeza. Todos los pensamientos se diluyen cuando estoy en la naturaleza. Para bien. Me siento libre y feliz. 

Al llegar allí  construimos un banco de nieve y encendimos una hoguera. Con leña de árboles muertos del bosque. Usando nuestras manos, una hacha y una sierra pequeñas conseguimos ramas de diferentes tamaños. Todo un reto.

El mayor tiene una asignatura en la escuela que se llama "Friluftsliv" o "Vida al aire libre". Está hecho todo un experto. Es una cosa que me impresiona de Noruega. Los niños aprenden a manejar cuchillos, hachas y sierras desde pequeños.

Tras un rato de trabajo intenso, al final llegaron las merecidas salchichas y un rato de buenas lecturas. Luego colgamos una tumbona entre dos árboles que hizo las delicias de los niños.

 

          Este libro y la cuenta de Instagram de su autora (@unececilie) son una fuente de inspiración para mí.   

Un guisado de alce dentro de la tienda calmó los estómagos hambrientos al llegar la noche. Toda una aventura encender la hoguera en el suelo y mucho aprendizaje. 

Las temperaturas fueron más suaves ayer. Por la noche dormimos a 0 bajo cero. El pequeño y yo amanecimos algo mojados. La nieve se había derretido y entrado por las aperturas de ventilación de la tienda.  Tras cambiarnos de ropa, Asbjørn encendió  el horno de leña de la tienda. En pocos minutos estábamos con las mejillas encendidas y durmiendo como troncos. 

Así es ir de excursión. No todo es cómodo y hay que soportar cansancio, frío y humedad a veces. Pero la sensación que me queda en el cuerpo después de una experiencia así, me da energía para parar un carro. 

 

Por lo pronto, regreso a trabajar al ochenta por ciento tras este pequeño paréntesis vacacional. Y algo más que os contaré en otra entrada.

Mañana toca un buen desayuno de Pascua, combinado con una sesión de zumba y excursión en bici. Y por la tarde a cocinar lammelår o cordero al horno.  La tradicional Mona de Pascua catalana llegará también, pero el Lunes de Pascua.

Felices vacaciones. Hasta la próxima.