jueves, 16 de diciembre de 2021

De estufas de leña y troles

En pleno invierno se rompió accidentalmente la puerta de nuestra querida estufa de leña.  Esta era muy viejita y no había mucha forma de repararla. Como están los precios de la luz en el país y con lo que nos gusta el calorcito que da la madera, nos decidimos a comprar una nueva.

Al final nos decantamos por una de la casa noruega Dovre, modelo 40 CBS. Al buscar información sobre la estufa en internet nos aparecieron muchos vídeos en You tube en ruso.  El más gracioso el de un ruso que cocina pescado con la estufa e impresiona culinariamente a sus huéspedes.

Lo que nos hizo elegir el susodicho modelo, aparte de los aspectos técnicos, fue la estética de la misma. Es algo más estrecha de las que suelen vender en las tiendas. La puerta tiene unos rayos de sol forjados. Me da mucha alegría. Y a los lados hay unos grabados preciosos inspirados en el famoso cuento noruego "De tre bukkene bruse". 

 


La historia trata de tres cabras que para conseguir llegar al campo de pasto han de atravesar un puente. Esto sería un ejercicio fácil si no fuese porque debajo del puente vive un malvado y hambriento troll . Con su ingenio y su astucia las cabras consiguen su objetivo.


La estufa que elegimos es la que los noruegos piensan que es apropiada para su hytte o cabaña. Hay una diferencia grande entre la decoración que se tiene en la casa donde se vive habitualmente y la segunda residencia. 

En muchos hogares noruegos está muy de moda el conocido estilo escandinavo. En cambio en la hytte lucen todo tipo de colores en forma de alfombras antiguas, colchas y platos del año de la pera. Tampoco faltan otros objetos / muebles antiguos. La cabaña es el lugar koselig, donde te da buen rollo estar y te relajas.

Nosotros hemos pensado que queremos ese kos o buen rollo con más frecuencia. ¿Por qué no disfrutar de las pequeñas cosas de la vida todas las semanas? En casa tenemos estanterías y detalles que son muy típicos de cabaña noruega. Y ahora la estufa de leña también. 

Varios huéspedes nos dicen que es como estar de vacaciones cuando nos visitan. Un buen piropo si una lo piensa.

 Hasta la próxima. 

viernes, 3 de diciembre de 2021

¿Famosa?

2 de diciembre de 2021. Confieso que no me he vuelto popular, pero que me he sentido como una escritora conocida. Y es que este año he recibido el mejor regalo por mis cuarenta tres años. ¿Lo adivináis?

700 y pico páginas de lectura... Escritas por mí. Mis ocho años en Noruega editados.  En formato de libro de toda la vida. Me emocioné un montón. Todas las vivencias palpables y al alcance de la mano. Asbjørn es un solete.

 


Los niños, que me conocen bien, me obsequiaron con bombones y un calendario bonito con motivos de la naturaleza. Y no faltó un pastel casero.

 


 

En el trabajo los colegas me llenaron la mesa de globos. También me cantaron el cumpleaños feliz en noruego. La canción no es  moco de pavo y tiene hasta baile propio.

 

 Luego tuve unas cuantas felicitaciones digitales que me hicieron mucha ilusión.

Esta entrada no será muy larga, porque la salud física y mental me está dando coces duras los últimos meses. Pero qué hermoso es estar rodeado de gente tan bonita en mi vida.

Hasta la próxima

viernes, 8 de octubre de 2021

De carne y hueso

A finales de agosto llegaron un montón de vacunas a Noruega. Se abrió la posibilidad de vacunarse el mismo mes. No me lo podía creer. Mi turno para la primera vacuna - en julio- se me hizo muy largo. El 26 de agosto fue un gran día. Contenta por estar vacunada con pauta completa. Y muy feliz porque eso signficaba que pronto iba a poder ver a mi familia en Barcelona.

No lo dudé dos veces  y hablé con mi nueva jefa sobre la idea de visitar a mi familia. Sí, sí, cambié de trabajo en agosto. Sigo en el INEM pero en otro departamento. Este cambio laboral me ha venido como agua de mayo en muchos sentidos, ya os contaré. Total que la jefa me dijo ¿a qué estás esperando para abrazar a tu madre y al resto de tu familia en Barcelona?

Con la  la piel de gallina, me puse en marcha y reservé un billete a Barcelona para mí. Del 29 de septiembre al 3 de octubre. Fue extraño entrar en el aeropuerto de Trondheim la semana pasada. Más raro aún aterrizar fuera de Noruega. Primera parada en Dinamarca, tras un año y siete meses sin pisar otro país que Noruega.

 

La emoción me iba embargando por momentos. Tres horas de paseo por el aeropuerto de la capital danesa,  y al fin embarqué en el segundo avión hacia Barcelona. Ojos empañados al divisar el puerto de Barcelona desde la ventanilla del avión. Al salir a la calle ese bochorno tan familiar y el olor a mar de mi tierra. Me dejó empapada en sudor, pero esta vez me supo a gloria. Muchas voces hablando en español y en catalán en directo. Recogí el equipaje y rápido a ver a la familia.

Con las manos temblorosas piqué el timbre de casa de mi madre. Nunca olvidaré como nos fundimos en el abrazo más ansiado. Mi hermana Berta allí de sorpresa.  En mi memoria queda la delicia de conocer a mi nueva sobrina Arlet.   Hablar sin parar hasta casi quedarme afónica. Celebración de cumpleaños múltiple (con sobremesa larga al solecito en la terraza de la casa de mi hermana Carla).

Con mis hermanos, Berta, Carla y Pablo y mi mami, Lola, en la foto justo arriba. La pequeña Arlet estaba ocupada. Falta mi hermana María y su familia, pero todo se andará.

Aquí en la foto de abajo además están parte de mis sobrinos y cuñados.
 Mi padre estaría orgulloso de ver que seguimos siendo una piña. 
 

No pudo faltar ver a una gran amiga y comernos un bocadillo de cervela con una clara bien fría. Hablar  juntas sobre todo y nada como si el tiempo no hubiera pasado.

Pasear por las calles de Barcelona fue más que especial esta vez. Me emocioné al pisar una librería y llenar la mochila de libros en español y catalán (sí, aún soy de esas almas clásicas que les gustan los libros de papel). Comprar un jamón de jabugo y que el tendero lo pinche y te diga ¿Huele a gloria, te lo llevas, verdad?.

Al final me traje 16 kg de comida entre chorizos, morcilla, fuet, botifarra, quesos, jamón y 4 kg en libros. No os cuento la pinta de caracola que llevaba en el aeropuerto. Sólo os digo que sí intentaba cambiar la mochila de posición perdía el equilibrio. Y que sudé la gota gorda.

Luego llegó el momento de volver a Noruega.  Asbjørn con el jamonero preparado y con muchas ganas de escuchar cómo lo había pasado. La alegría de ver a los animales. Al día siguiente el gozo de abrazar a  los niños. Cena de embutidos y salchichas. Sus caritas de felicidad no tienen precio. El lunes he prometido llevar unas tapitas al trabajo. Y parece que las esperan con ilusión.

 Al fin mis dos mundos conectados. Y no sólo virtualmente. De carne y hueso.  No puedo pedirle más a la vida. Hasta la próxima.

viernes, 24 de septiembre de 2021

A contar ovejitas

Cuando era pequeña y me aburría, mis padres respondían veloces al "Me aburro" con un "Compráte un burro". Cuando no podía dormir la frase estrella era "Pues cuenta ovejitas"

Recuerdo con mucho cariño el primer texto que escribí con algo de estilo literario. Tenía nueve años y quedé muy impactada al ver el nacimiento de una oveja en una granja familiar. De allí surgió mi primer relato sobre los sentimientos que  me produjo semejante experiencia. Creo que la historia también incluía algunos detalles más biológicos (ejem).

Además como ya sabéis, no puedo evitar conectar recuerdos. La canción "Bæ, bæ lille lam" (que trata de ovejas) es la primera que aprendí al llegar a Noruega. Me gustó tanto que escribí una entrada en el blog. Nos remontamos al año 2013. El tiempo vuela. Podéis leer de nuevo  la entrada, si os interesa, pinchando aquí.

 Qué cosas tiene la vida. Ahora mismo puedo contar mis propias ovejas. Nada más y nada menos que cuatro hembras. Son de una raza autóctona que se llama gammelnorsk spælsau.

Este verano la prima de Asbjørn nos prestó algunas de la misma raza para probar.  Quedamos prendados. Pasamos muy buenos ratos con ellas la segunda parte del verano, tras una primera parte del verano con altura y viajera, que os conté aquí

 A finales de agosto tomamos la decisión y nos fuimos a una granja de la zona a comprar cuatro ovejas.  Para evitar la propagación de enfermedades no se permite adquirir ovejas de dos dueños diferentes. Asimismo las ovejas han de pertenecer a la misma región dónde vivimos por el mismo motivo. Asbjørn estuvo trabajando para reformar el corral y en verano preparamos también heno para el invierno con el método "hesjing".

Hemos tenido que comprar más heno a algunos granjeros y paja para que estén cómodas porque no produjimos suficiente. Lo bueno es que hemos aprendido la cantidad que necesitan  para el próximo año. 

Ahora sin más dilación, os presento a Pepper, Myrull, Bolivia y Canela. 

 

Nacieron en abril y mayo 2021. Y lo cierto es que ya se han hecho un lugar en nuestro corazón.  Pepper es la negra, la más pilla y cariñosa. La elegimos porque era un poco más pequeña en tamaño.  Y porqué siempre hay una oveja negra en cada familia. Además es una trilliza, cosa poco común en las ovejas (que suelen tener un máximo de dos crías por embarazo). Con tres sobrinos trillizos, no me pude resistir. 

Al fondo a la derecha tenéis a Canela, la más tímida y prudente de todas.

A Myrull, la blanca, muy despierta y alegre, la podéis ver en la foto-  justo encima de estas líneas - al lado de Pepper. "Myrull" es un nombre de una flor de montaña noruega que me encanta. Y  la oveja tiene justo ese color.  

Bolivia es uno de los países favoritos de Asbjørn y la oveja marrón con manchitas tuvo el honor de recibir este nombre. Tiene una belleza singular y es bastante mansa , sin ser tan traviesa como Pepper.

Las trajimos en el remolque con muchos nervios y emoción. Para bajarlas y entrarlas al corral fue una odisea. Ya me veis a mí sujetándolas entre las piernas, mientras Asbjørn iba empujándolas hacía delante. No nos conocían aún y por supuesto se mostraban muy escépticas. Todo un espectáculo, pero por suerte no se nos escapó ninguna.

Ahora que nos tienen más confianza irán pronto afuera. A pastar en nuestro campo. Instalamos una reja este verano que también costó lo suyo, pero estuvimos bien entretenidos.

Como granjeros novatos que somos, hoy se nos ha presentado un nuevo reto. Les hemos tenido que poner nuestra marca en las orejas para que estén identificadas (es así por ley). La cosa ha ido más o menos así: 

Yo girando la cabeza de cada oveja para que se quedaran quietas. Asbjørn agarrándolas entre las piernas y perforando las orejas de las ovejas e insertando la etiqueta. El pequeño ha sido el responsable de desinfectar las pinzas con Antibac. Al mayor le ha tocado  anotar los números de identificación de cada oveja.

Unos minutos de estrés máximo, pero está hecho. Y  al fin hemos pasado el mal trago. Llevábamos días pensando en hacerlo, pero a la vez nos daba bastante respeto toda la situación. Confieso también que teníamos miedo de hacerles daño o no hacerlo bien. Y es que no paramos de aprender cosas nuevas. 

La granja me da mucho más de lo que imaginaba.  No negaré que es trabajo y responsabilidad, pero sarna con gusto no pica que dicen. Es un gozo llegar a casa después de trabajar en la oficina. Abrir la puerta del gallinero. Coger los huevos. Ver que todas las gallinas y nuestro nuevo gallo, Capitán, corren hacia el corral de las ovejas, mientras las dos gatas piden mimos.

Hasta la próxima

jueves, 12 de agosto de 2021

Con altura

Así están siendo las vacaciones de verano. Arriba y abajo. Hoy os contaré lo que hicimos las dos últimas semanas de junio.

El primer viaje fue a los orígenes de la abuela paterna de Asbjørn. Eso nos lleva a la zona de Valdres. Allí se habla uno de los dialectos noruegos más bonitos según la opinión generalizada.  Además cuenta la familia con orgullo que uno de los tíos abuelos de Asbjørn fue retratado por un pintor famoso.  

Fue emocionante pasear por las mismas calles, visitar la tumba en el cementerio y ver la granja donde creció la abuela de Asbjørn. También tuvimos tiempo de plantar la tienda de campaña no muy lejos de allí. Unos días de relax nunca vienen mal.

Nos decidimos por el pico  de Bessegen. Me sentí feliz de poder superar mi mal de alturas  Todas esas piedras que veis las bajó la menda como pudo. No veáis qué adrenalina  y los chillidos que solté allí.

Disfrutamos de unas vistas que cortan la respiración. Nos sumimos en la tan bella sensación de sentirse libre en plena naturaleza. Confieso que llegué exhausta y con las  piernas temblorosas  de vuelta a la tienda. Y por qué no admitirlo muy orgullosa.


La otra semana de vacaciones en junio nos fuimos a la región noruega de Vestlandet. Los cuatro. No sin antes hacer varias paradas en otros lugares. Es un buen trozo en coche. Una de los sitios más exitosas fue la carretera atlántica. De vértigo total. Y con una buena ventolera.


Otro de los puntos álgidos de las vacaciones fue en la isla de Runde. Con unos paisajes maravillosos. Se siente una bien pequeña ante semejante inmensidad.



Gozamos también de su variedad ornitológica.

Aquí tenéis a la estrella de Runde. Los irresistibles frailecillos. Con su pico multicolor y sus ojos nostálgicos. Los pudimos ver a menos de un metro.  Es un espectáculo observar  a miles de pájaros regresando a sus hogares. Muy graciosa su forma de aterrizar. Su canto se asemeja al de una pequeña sierra cortando troncos. Toda una experiencia. 

 Cuando tengo ansiedad y pienso que nada va bien, cierro los ojos e intento visualizar a estos pajarillos. Como vía de salida. Leí en un libro de Fernando Aramburu que las personas estamos destinadas a embellecer el mundo según uno de sus personajes. Yo soy de las que cree que el mundo (en especial la naturaleza) nos embellece a las personas. Los frailecillos son tan especiales que no se pueden describir con palabras. Se han de ver. Los chicos no se querían ir. Con eso lo digo todo.

Mi suegra viene de  un pueblecito de Vestlandet que se llama Jølster. Describe una infancia hermosa con un concepto de  familia piña y la granja donde creció. Y también nos ha contado los retos diarios por las largas distancias y la climatología.  

En Vestlandet vimos lagos verdes, montañas muy altas y ríos con muchísima agua.  Cogimos un teleférico relativamente cerca de Jølster. Mirad qué vistas.

 

Hasta nos remojamos en un río.



 Y luego  un buen chapuzón en un lago.

 
 
También tuvimos el honor de alojarnos en una casa de huéspedes que pertenece a un  primo de Asbjørn. Él es actual propietario de la granja que cuenta con diversas casas. Y sus padres viven en una de ellas.  

A algunos kilómetros de la granja tienen tierras de pastoreo. La parcela cuenta con una pequeña cabaña para descansar.  Se puede sentir cómo eran las cosas hace 70 años.  Allí es donde transportaban a los animales a pastar cada verano. Vimos algunas vacas y ovejas.  Un valle de postal total. Para qué negarlo.

No es fácil vivir de una granja exclusivamente hoy en día. El primo de Asbjørn aparte de criar, ordeñar a las vacas y vender la leche (con ayuda de su madre) tiene un trabajo de oficina a jornada completa.

Como veis y aunque el gobierno noruego da algunas subvenciones a los granjeros, no es siempre suficiente. Ahora mismo hay un movimiento rural para exigir mejores condiciones para los granjeros en toda Noruega. Sea como sea, aquí las granjas pasan de padres a hijos. Lo de ser granjero se lleva en la sangre y sólo algunos deciden cortar la tradición y vender la granja fuera de la familia.

Una cosa que me conectó con mis orígenes fue la calidez familiar y la hospitalidad en Jølster.  La tía de Asbjørn nos preparó mucha comida. Recibimos un libro de cómo ser granjero de su tío. Vimos a una prima de Asbjørn y a su marido. Al enterarse de que estábamos allí acudieron a nuestro encuentro. Recuerdo con cariño un par de cenas con embutido de ciervo (hecho por sus primos) y unos pasteles caseros de su tía. Para chuparse los dedos.

La mayor parte de julio me tocó trabajar y ahora tengo vacaciones. Hemos decidido pasarlas en casa y hacer excursiones. Os contaré en otra entrada.  Se puso la cosa muy estricta por el Corona y hemos pensado en bajar al Mediterráneo en otoño. Con muchas ganas de abrazar a los míos.

Hasta la próxima

sábado, 19 de junio de 2021

Me da la vida

Pustepause y tilstedeværelse son dos palabras noruegas que me gustan mucho. La primera significa tomar una pausa para respirar. La segunda es estar presente. Ambas han cobrado importancia los últimos años en mi vida.

Hará cosa de mes y medio  mi cuerpo se paró en seco. Literal. Estaba trabajando ya algo encorvada en la mesa de la cocina de casa desde hacía algunos días. De repente tuve que cesar de trabajar. Estaba totalmente entumecida en mis extremidades. Todos los pensamientos se habían marchitado. Como cuando uno resetea el teléfono móvil o el ordenador. 

Me asusté. Bastante. Me dí cuenta al momento de que me había presionado los últimos meses. Y que había reprimido ir soltando las emociones un poquito cada día. Y yo cuando me asusto pienso enseguida en tiritas.

No me preguntéis porqué, pero me vienen a la cabeza  mis épicas caídas en bicicleta de niña.  Y ahí veo a mi madre limpiándome la sangre con el chorrito de alcohol o agua oxígenada, mientras yo, extasiada, me quejaba  y miraba (a partes iguales) las burbujas que brotaban de mis rodillas. Todo eso mientras pensaba en la serie "Érase una vez la vida" y dramatizaba la situación en mi cabeza. Luego recuerdo, con una  extraña lucidez,  sentirme la más molona del lugar. Con mis rodillas llenas de mercromina y las tiritas en los codos. Una auténtica guerrera.

                      Imagen de "Érase una vez la  vida". Fuente: www.lainformacion.com
     

Lo de las tiritas no es un gran remedio cuando de la mente se trata. Pero la capacidad de buscar soluciones, aunque  el miedo haga estragos dentro de una, es algo que viene de serie en mi familia. Así que por lo pronto llevo algo más de un mes haciendo aquagym en grupo en la piscina  y me siento mucho más ligera. Somos un grupo bonito. Todo señoras y la mayoría oficinistas o maestras con dolor de espalda. La instructora es súper agradable. Me encanta porque nos pone música de los ochenta y música latina algunas veces.  

No es sólo el ejercicio que ayuda sino el tiempo para una misma. Y el estar más en el momento presente y no planificar todo al milímetro. Así que he empezado a dar algún paseo yo sola, coger la bici y a volver a ir afuera con la tienda de campaña. Con Asbjørn los dos solos. Y también los cuatro juntos.

 

Me da la vida cuando el mayor trae su primera trucha bien feliz. Tan fresca que se puede separar con los dedos.  El olor a pan casero hecho por el pequeño. Al escuchar los pajaritos que acaban de nacer en la cajita que les pusimos.  O al alzar la vista en la huerta de casa ante un estruendo repentino en el cielo. Ayer mismo. Nada más y nada menos que una lechuza con un ratón entre sus garras y varias crías de lechuza flanqueando a su madre a ambos lados.  Un momento diez. Y cómo olvidar el sonido del tocadiscos al bajar la aguja y la emoción de escuchar justo esa canción.

 


Los nudos en la garganta y las lágrimas también son parte de la vida. Como hace una semana. Que alguien muy especial que sufre demencia me hable en español. O que otra persona con la misma afección me coja cariñosamente por el brazo. Y que esa misma persona me suelte sin tapujos. "Eres tan guapa y estoy tan contenta de que estés aquí". Lo que se generó en mi cuerpo y en mi mente es  algo que no se puede describir con palabras.

Me da la vida cuando me paro a vivirla aunque suene a redundancia. Sólo se trata de recordarlo, aunque a veces no sea una tarea fácil.

Hasta la próxima.

 

domingo, 25 de abril de 2021

Alimentos de kilómetro cero

Camino a los tres años en la granja se empieza a ver el resultado de los proyectos hechos con ilusión y esfuerzo. Tenemos huevos de nuestras gallinas y patatas de diversos tipos durante todo el año. Y no pueden faltar setas de nuestro bosque, algunas mermeladas de frambuesas y arándanos azules y jugo casero de grosellas.


Los alimentos de proximidad saben muy ricos. Me encanta poder aprovechar lo que la naturaleza ofrece cada estación del año y preparar platos de temporada. Ahora hay un programa en la televisión noruega que trata justo de eso. De cocineros que tienen su restaurante y se adaptan a la naturaleza para elaborar sus menús. Se llama Kokkeliv (la vida del cocinero) y podéis verlo en noruego pinchando aquí. Mi episodio favorito es el segundo. Es gracioso porque el pequeño hace tiempo que dice que de mayor quiere tener un restaurante con productos de su propia granja. Quién sabe, pero en todo caso me parece bonito su plan.

                             Foto de www.nrk.no

Las patatas las almacenamos en el sótano en una caja de madera artesana y bien protegida con una red metálica. Tuvimos visita de algunos ratones hace unos meses. Por suerte los detectamos pronto y se pudo solucionar con trampas. Cosas de vivir en el campo. 

Por otro lado es un gozo coger los huevos del gallinero cada día. Sobretodo cuando los acaban de poner las gallinas. Están calentitos y da mucho gusto abrazarlos con las manos. El mayor pasa largos ratos en el gallinero, y al pequeño le gusta mucho llevarles snacks (maíz o pieles de zanahoria por ejemplo).

Hace poco tuvimos que tomar una decisión difícil. El gallo- Leopold -se puso muy machito. Esperamos varios meses, pero al final era complicado entrar en el gallinero para mí y decidimos sacrificarlo. También porque nos gustaría tener pollitos más adelante y el gallo era hermano de las gallinas. Yo reconozco que derramé algunas lágrimas, pues yo me encariño hasta con las hormigas. Y por supuesto porque hemos tenido momentos muy hermosos con el gallo. 

                                               Leopold y Tåke el pasado verano.

 
                                                         Leopold este invierno.

Pero de esta experiencia he aprendido algo. A los animales de granja hay que tratarlos con respeto y a la vez marcarles los límites. Así que a las gallinas les doy mucho amor y a la vez demuestro que yo soy la jefa. Y todo va bien por el momento. La verdad es que pensé que estarían tristes sin el gallo, pero salen mucho más al gallinero exterior y están como muy relajadas. Mejor así. Y siguen poniendo huevos. Ahora estaremos un tiempo sin gallo, pero más adelante probaremos de nuevo.

Una parte complicada para mí (que vengo de ciudad) es lo de comerme a los animales de mi propia granja. Un reto para mí.  Nunca había tenido una relación tan directa con la naturaleza como la que tengo ahora.

Aquí se dice que el respeto a un animal se lo demuestras cuando lo crías y lo cuidas bien. Pero también cuando llega su hora y no lo tiras, pero te lo comes. Se considera mucho más honesto y lógico. Asbjørn se lo ha contado muchas veces a los niños y parece que ellos han adquirido una mentalidad diferente a la mía. Ellos ven esta situación como natural.

Tras sacrificar al gallo nos sentamos toda la familia y pensamos que qué mejor honor al gallo que cocinar el famoso "coq au vin" con pinot noir francés. Y vino tinto español para los adultos. Hoy ha sido el día. La cena ha sido muy especial tanto para los mayores como para los niños. La carne es muy diferente a la del pollo de la tienda. Al poder moverse y comer cuando quiere es un animal muy musculado.  Su carne es oscura y muy tierna tras tres horas de cocción. Con setas, patatas, cebollas y zanahorias es un lujo al alcance de pocos. Casi todos los gallos son sacrificados al nacer en la industria.

 
                                  Tratando de llevar a toda la tropa al gallinero este verano

Ahora ya con muchas ganas de que llegue la primavera "real". Y empezar con la huerta y otro proyecto que tenemos entre manos. Sólo falta que deje de nevar. Llevamos una racha con la nieve de aúpa. Pero esto ya da para otra entrada.

Hasta la próxima.


jueves, 4 de febrero de 2021

El encanto del frío

16 grados bajo cero. Esa es la media de esta semana. Lo mismo la semana pasada. Sol radiante. Cielo rosado cada día y alguna aurora boreal tímida, pero siempre hermosa. Gorro con orejeras, manoplas y mucha lana me acompañan estos días. 

Me encanta mirar entre los jerseys de lana que tengo. Pocos pantalones, pocas faldas, pero los jerseys que no falten. Ull er gull dicen en Noruega ("la lana es oro"). Estamos teniendo un invierno de postal. Con nieve incluída. A la cámara de fotos le baja la batería muy rápido con estas temperaturas. Pero alguna que otra foto cae.

Los chicos están muy emocionados y juegan afuera con sus trineos. Se hacen su propia pista casera y bajan que se las pelan. La rasca no les asusta pues usan ropa adecuada.  


Ahora también les ha dado por el patinaje sobre hielo. Me gusta ver que tienen ilusión por probar cosas nuevas. Y sobretodo que se divierten. El fin de semana se estrenaron el hockey sobre hielo en un club local. Gratis gracias al voluntariado, pero hicimos una pequeña donación de cinco euros para ayudar a que cosas así se sigan manteniendo.

Yo también tengo patines, pero mi nivel es muy limitado. Eso de resbalar aún es un tema pendiente. Habrá que seguir practicando tanto con patines como con esquís.

Como culo de mal asiento he encontrado una nueva actividad que me ha enganchado: Las raquetas de nieve. Y así, la pausa para comer en el teletrabajo se convierte en una pequeña excursión en nuestro bosque. Arriba y abajo observando árboles, pájaros y calentando músculos. 

No importa que haya mucha nieve con las raquetas. Eso sí hacer el camino la primera vez lleva su sudor y esfuerzo. Cuando tengo que ir a la oficina tomo la excursión con las raquetas al llegar por la tarde a casa.

Asbjørn también se ha apuntado a mis locuras y lo pasamos bien juntos arriba y abajo. Y luego nada como calentarse al lado del horno de leña, escuchar buena música, bailar o deleitarse con un buen chocolate caliente de vez en cuando. Eso sí, la factura de la luz va a doler este mes.

La actividad física es genial con el frío. Y bueno, por no quedarme encarcarada con las posturas de oficina y el estrés  y la presión del principio de año. El Corona está dando muy duro aquí también. Las urgencias sociales y situaciones difíciles en el trabajo se han multiplicado de una forma brutal. Y me siento muy cansada, pese a ser afortunada por tener trabajo. Suerte de los buenos colegas y el apoyo de personas queridas. Y cómo no esos audios de Whatssap que llegan en el momento preciso.

Antes de dormir damos un paseo de quince minutos afuera. Las estrellas brillan con fuerza. Muchas veces los chicos se apuntan. Y las dos gatas también. Menuda tropa.

Hasta la próxima.

lunes, 4 de enero de 2021

El gran salto

Si hay una expresión noruega que ha definido el año 2020, esa es "å komme seg over dørstokkmila". La frase podría traducirse como "traspasar el marco de la puerta". Cosa que se ha convertido en un reto en este año pandémico. Es ser capaz de salir y activarse cuando uno se encuentra atrapado en el sofá de casa. Está también relacionado con la palabra "brakkesyke" que significa estar en el interior sumido en un estado de apatía /  muy poca actividad.

 

 

Este 2020 me he regalado un viaje a los sentidos. Me he relajado escuchando el ronroneo de nuestra nueva gatita, Luna. No ha faltado el aprendizaje de los diferentes sonidos que un gallo puede hacer: Cuándo hay un peligro, cuándo hay algo rico para comer, o cuándo riñe a las gallinas que se van a dónde no deben por ejemplo. He sonreído cuando el gallo capturaba petalos de rosa y se los ofrecía a las gallinas. Está hecho todo un galán.

He gozado de la carcajada de los niños, el canto de los pájaros y el zumbido de las abejas recorriendo la pradera. El cielo de los colores más bonitos en Finnmark y en nuestra casa me ha levantado el ánimo. También ha sido emocionante ver una película desde el coche. 

Me he deleitado con riskrem con salsa de grosellas de casa. Con el sabor del cava la noche de fin año y las uvas a -11 en la terraza. Me he chupado los dedos con mejillones al ajillo. El gusto de las lágrimas saladas en los ojos también ha hecho acto de presencia este año. Y no ha faltado el calor en las mejillas mirando una buena hoguera.


Mis músculos se han mostrado al volver a nadar en la piscina, corriendo junto al río en Buvika y cortando leña. También ha habido buenas charlas, aunque algunas hayan tenido que ser a través de la pantalla. Y hasta he aprendido un poquito de sami. 

Me quedo con todos los abrazos que he recibido, pequeños o grandes, apretados o sueltos, digitales o en persona. Los abrazos valen más aún este año si cabe.

El final de 2019 se antojó muy complicado con la pérdida de mi padre. De repente entendí 100% que la vida hay que vivirla, aunque suene a topicazo. A la vez me dieron plaza para una psicóloga pública tras unos meses de espera. Por aquél entonces pensé ¿dónde te has metido alma de cántaro?. Eso de desnudarse emocionalmente ante otra persona no es nada fácil. Pero ahora veo que pedir ayuda es de lo más valiente que he hecho en mi vida. 

No puedo estar más agradecida a mi novio por insistir en conseguir una plaza, y apoyarme en este proceso. Tras un año de terapia ya tengo el alta y ahora toca seguir recorriendo el camino de la vida sin ayuda profesional. Gracias Thea por ayudarme a entenderme, aceptar mis emociones y a ver la vida con otros ojos.

Es en las rutinas diarias donde la vida cobra sentido. Ahora entiendo mi pasión por las novelas sobre cosas cotidianas y mi afición por escribir. Así que seguiré escribiendo sobre las pequeñas cosas de la vida con mayor o menor fortuna, pero con unas intensas ganas de vivir. 

Siento que este 2020 he dado un gran salto, y presiento que seguiré saltando. Como las ranas. De charca en charca. Porque la curiosidad y las ganas de aprender siempre me acompañan.

Adiós 2020. Bienvenido 2021.