miércoles, 10 de agosto de 2016

Mi primera acampada

Mariposas en el estómago al recibir una invitación para ir a acampar (telttur) Reconozco que siempre he dormido en cama durante mis viajes. La tienda de campaña es toda una novedad para mí. Tan sólo una vez de niña dormí en un saco dentro de una iglesia (con motivo de una salida escolar)

Siento una emoción inexplicable dentro de mí. Rápidamente se me instala ese brillo en los ojitos que me hace sentir tan viva. Como es lógico, formulo preguntas de todo tipo de chica de ciudad. La que más risas provoca es sobre el tema de lavarse el pelo. Va a ser que no obviamente.

Cuento con una lista de cosas imprescindibles. Se trata de llevar lo absolutamente necesario y pensar siempre en el peso. Cuanto menos, mejor. Eso sí: Un  jersey de lana no puede faltar en Noruega y en mi caso, los medicamentos para la alergia a los insectos.

Nos iremos moviendo con la mochila a cuestas (la mía de cincuenta y cinco litros debido a mi inexperiencia) y acampando según convenga. Además me prestan algunas cosas como el saco y el protector para dormir. Y algo que me hace una ilusión tremenda, un cuchillo noruego. Durante el viaje entiendo su enorme utilidad.


El destino elegido es Børgefjell, tierra de pesca, renos, zorros árticos y diferentes aves. Se halla a unas cinco horas en coche de Trondheim hacia el norte, más tres cuartos de hora en lancha motora. Es un territorio øde y vill (despoblado y salvaje). Esto implica que, probablemente, nos vamos a encontrar a muy pocas personas.

Antes de salir de Trondheim, es necesario comprar los mapas para orientarse durante el tur. Es gracioso porque son impermeables y hay fundas de plástico adicionales. Falta uno, pero nos indican que en una tienda de Stjørdal lo tienen y que nos esperan, aunque sea la hora de cerrar. Muy majos la verdad sea dicha.

A medio camino, parada para cenar un plato tradicional noruego y que nunca había probado antes, kjøttkaker med ertestuing (albóndigas con patatas, legumbres y salsa) Sabroso, me recordó un poco a la cocina de montaña catalana.

En algunas de las paradas del viaje observo que los carteles están escritos tanto en noruego como en sami.

La primera noche transcurrió en un camping un tanto ruidoso por la carretera que hay cerca. Allí empecé el proceso de adaptación a la tienda de campaña. Me desperté varias veces durante la noche, también en parte por la emoción del viaje.


Por la mañana dejamos el coche, y tomamos el bote hacia Børgefjell (ojo si os interesa, porque hay que reservarlo previamente)


Al estar en la naturaleza, hay que calcular, antes de tomar la embarcación, la comida que se necesita.  Todo un reto. Arroz, polarbrød, knekkebrød, chocolate, embutido, leche en polvo, té y un poco de akvavit en una petaca nos acompañan los días que pasamos allí. El agua, la de los lagos y ríos.

Al llegar la lancha a su destino, se pierde de forma automática la cobertura móvil. Apago mi teléfono y lo guardo en mi mochila. Esto sí que es desconexión total. Algo nuevo para mí, pero una experiencia más que recomendable. Tomo mi mochila a cuestas, y compruebo que es muy diferente de los tur que hago en Trondheim (con una mochila pequeña y sin apenas peso) ¿Resistiré? Le pongo todo mi empeño e ilusión. Al final del tur se confirma que camino mucho mejor y más segura, aunque aún me queda por aprender.

El recorrido permite alternar bosque y montaña. La zona boscosa cuenta con caminos hechos con el paso de otra gente. Me emocioné al observar que estábamos rodeados de multer (moras árticas) en proceso de maduración (a la vuelta algunas ya listas para consumir nos hicieron las veces de merienda) Para mayor felicidad divisé también una flor que crece en grupo y que me tiene fascinada desde que la vi en Bymarka. Se llama myrull. Es blanca, suave y liviana. Su sencillez la hace realmente única y especial.


El bosque me pareció más complicado de recorrer por la abundante vegetación y el lodo acumulado en algunos tramos del sendero. Una de las veces pisé a fondo un lodazal y quedé pringada hasta las cejas de barro. Otra aventura fue cruzar el río.



La montaña me robó el corazón. Sentí todos y cada uno de mis músculos, y cómo se sonrojaban mis mejillas al andar. Recibí lecciones para montar la tienda y cocinar usando gasolina. Y no faltaron las de pesca. A mí no me picó ningún pez, pero al menos empecé a familiarizarme un poquito con el tema. Me encantó.



Ahora ya sé dos principios para ir de excursión en Noruega: "å hølde høyde" e "ingen skam å snu". El primero significa mantener la altura en el monte. Mejor ir rodeando el terreno que subir y bajar mucho. Práctico y menos cansado. El segundo se refiere a que uno no debe avergonzarse de parar, si las fuerzas no alcanzan. Divisé mis límites físicos y los respeté, tras un inicio de testarudez. Siempre me gusta llegar a más, pero no hay que tomar riesgos innecesarios cuando estás en la naturaleza. Al fin y al cabo se trata de disfrutar. Aquí me tenéis equipada al completo y orgullosa de mi primera cima.



Pronto llegaron los regalos para los sentidos:  Una manada de renos a la vista. El murmullo del agua. El silencio al pernoctar o leer un libro a la orilla de un lago.  El tacto de una trucha recién pescada. El gusto a pimienta y sal en los dedos tras sazonarla. Y cómo no... el obsequio al paladar del pescado fresco.


Emocionante dormir acurrucada en un saco y despertar con el sonido de los pájaros. O pajaritos, como me gusta decir a mí, aunque sean grandes. La segunda noche ya dormí como un lirón.


Eso sí... no me libré de los mosquitos. Nada grave, pero en cuanto dejaba un trozo de carne al descubierto ahí se posaban sedientos de amor. Aunque usé repelente y ropa adecuada, siempre encuentran por dónde colarse y devorarme viva. Regresé con varias picaduras y molestias a Trondheim, pero ninguna que me diera alergia por suerte.

Tras cuatro noches en tienda de campaña, la última fue en una hytte o cabaña. Setenta y cinco coronas (unos 8,20 euros al cambio) por persona, que se podían depositar en un buzón o pagar on-line otro día. Como siempre, me encanta la confianza noruega. De estilo tradicional y muy calentita, nos permitió descansar en cama antes de regresar a Trondheim. Y no olvidé de firmar en el libro de huéspedes y leer otras experiencias.

Confieso que me emocioné muuucho al ver el baño exterior o utedo de la cabaña. Después de unos días a la intemperie en cuanto WC se refiere, admito que era un lujo esa casita cerrada con un agujero para sentarse.

La verdad es que hubo fortuna con el tiempo. Poca lluvia y viento y temperaturas estables. Usé el jersey de lana por las noches, pero lo cierto es que no pasé frío en ningún momento.


Nos encontramos a una media de dos personas por días. Fue curioso observar una vez más cómo los noruegos socializan mientras van de excursión. Llevan la naturaleza en la sangre. Y eso es una de las cosas que más amo de este país y su gente.

Les traje un par de regalos a los chicos y se pusieron muy contentos. Para el mayor un pedazo de cuarzo y para el pequeño una cornamenta parcial de reno que yacía en la montaña.

Necesité un par de días para recuperarme de las agujetas, pero regresé alegre, feliz y con muchas ganas de volver muy pronto de telttur.

Hasta la próxima