Este invierno he hecho mi primera corona de Navidad (julekrans) Es una tradición muy arraigada por estas tierras. Con ramas de árboles variados, piñas, bellotas y pajaritos. La fui armando con la ayuda de un hilo metálico y algunas instrucciones, hasta que la acabé en unas dos horas. La sensación de felicidad al verla colgada en la puerta de casa fue inmensa.
La monté en un taller navideño en Hardanger, en pleno fiordo noruego. Nada más y nada menos que en una escuela de jardinería para adultos. He tenido la suerte de obtener una plaza como estudiante allí, junto a otros diez adultos más. Empecé este otoño. Aquí tenéis mi escuela:
Aparte de teoría visitamos granjas, cultivos, jardines, invernaderos y hasta fuimos a una sidrería en noviembre.
Voy a la escuela tres días al mes (intensivos y presenciales) y el resto lo hago desde casa. La comida es casera y deliciosa: de la huerta a la mesa. Y para beber, el mosto de manzana, que es la estrella de la región. Cuando estoy allí duermo en un internado para estudiantes. Me siento como una jovenzuela a mis cuarenta y seis años jiji.
Confieso que estoy cosechando un cambio de carrera. La idea no viene de dos días. De pequeña lo que más me gustaba del parque no eran los columpios, sino mirar a los trabajadores de parques y jardines. Me encantaba ver cómo podaban las plantas y las flores nuevas que cultivaban.
Las experiencias de vida, la salud, el tiempo en la granja y personas bonitas me han dado lo que necesitaba para este cambio de rumbo. Más que nunca siento que mi lugar está junto a la naturaleza - en todos los
ámbitos. Nunca es tarde si la dicha es buena.
Ahora es el momento de florecer. La incertidumbre, las agallas, la curiosidad, las mariposas en el estómago y la ilusión me acompañan. Un combo guapo ¿verdad? Con muchas ganas de seguir aprendiendo y descubrir qué me depara este camino.
Hay fresas salvajes tras las primeras margaritas y flores de todos los colores. Hay el diente de león, que se pone como una pelota cuando lo sumerjo en el riachuelo. Hay libélulas que, batiendo sus alas con fuerza, dan un auténtico espectáculo de danza aérea.
Hay un pepino que asoma de la maceta en el invernadero, tomateras que no se deciden a echar flores, pero patatas que sí lo hacen en la huerta.
Hay olor a pintura y un granero que luce cada vez mejor. Al rojo vivo.
Hay dos gatas felices de que los ratones sean más fáciles de cazar en la hierba.
Hay pollitos nuevos y movimiento en el gallinero. Hay dos señoras gallinas que ronronean y comparten la maternidad (¿sororidad aviar?). Mientras una se alimenta la otra vigila a los polluelos, y viceversa. Hay once chiquitines que aprenden a comer, a acicalarse las plumas y a beber copiando a sus experimentadas madres.
Hay también once ovejas. Cinco ovejas y seis corderos para ser más exactos. Bienvenidos al rebaño, Sjokolade, Mokka, Dagros, Inca, Turrón y Tierra. Hay diferentes personalidades en el género ovino - confiada, guardiana, tímida, sociable. Hay carreras, balidos, celos y mucho amor.
Hay que poner un cubo para las babas de los granjeros aficionados.
Hay el valle secreto y hay tu mano que sujeta fuerte la mía. Hay encuentros, mensajes y audios de personas que reconfortan.
Hay el tiempo que pasa. Hay sol, sombra y lluvia. Hay helados, chocolate calentito, vestidos y jerseys. Hay aire entrando por la ventana algunos días y hay humo saliendo del horno de leña otros días.
O dos agujas en un pajar. A principios de febrero nos fuimos de excursión a una cabaña. Dicho y hecho. Dos días y una noche en un antiguo almacén de heno rehabilitado.
La elegimos entre las veintitres NTNU koier que hay repartidas por
todo Trøndelag. Un grupo de voluntarios de la universidad NTNU en
Trondheim las gestiona.
El estándar es primitivo. Apenas cobertura, nada de electricidad ni agua. Disponen de un horno de leña, algunos utensilios de cocina y muchas velas. El lavabo es exterior (utedo)
Una sonrisa desde el utedo
La desconexión en un lugar así es increíble. Encender el horno de leña, derretir la nieve allí para tener agua. Tiempo para charlar, estar callados, leer un libro, escuchar los sonidos del valle, o brindar con una copa de vino a la luz de las velas.
Aunque la cabaña es básica, no le falta una minisuite en el piso de arriba. Muy coqueta.
A finales de febrero fuimos con los niños a otra cabaña un fin de semana largo. En la zona de Meråker. Cocinamos cosas ricas, jugamos a cartas y practicamos la pesca bajo hielo. La cara del pequeño con su primera trucha no tiene precio. De esos recuerdos que no se borran de la mente.
Pescador orgulloso.
Haciendo el agujero en el hielo.
Subiendo a la cima
Me encanta la vida sencilla y más conectada a los orígenes. La buena vida. Me hace sentir libre.
Las manos se me hielan con mucha facilidad últimamente cuando vamos de excursión. Aparte de usar unos guantes buenos, he descubierto un remedio casero - cortesía de Asbjørn - cuando las temperaturas son bajas. Pongo las manos en mi panza y voilà. Toda la barriga se me eriza y siento un cosquilleo en las manos, que cobran vida al cabo de un minuto.
Ni el pelo se salva de la helada
Estos pequeños trayectos me dan la vida. Son unos 4km desde casa con las raquetas de nieve. Subidas y bajadas. Bosques y ciénagas cubiertas de blanco.
Incluso el cielo nos obsequió un día con nubes polares o nubes madreperla (qué nombre tan bonito)
Casi siempre encendemos una hoguera. Allí cocinamos ostesmørbrød (el equivalente del bikini en los bares de Barcelona) y nos calentamos té o chocolate calentito.
Durante el camino no faltan algunos amigos.
Uno de los caballos islandeses de nuestra vecina
Cada vez es diferente. El tipo de nieve, la temperatura o el viento crean experiencias distintas. Cuando hace más frío llevamos las pieles y nos sentamos encima de ellas. Es muy koselig.
Adrià llevando el pulk, un medio útil para transportar cosas más pesadas
Alguna vez hemos bajado a Trondheim. ¿Quién se puede resistir a las delicias de la cabaña de Grønlia al final del camino?
En estas excursiones me entretengo escuchando el sonido de la leña (cómo cruje, chisporrotea o se va moviendo) Observo el tamaño de la llama. Siento el calor de las brasas en mis mejillas.
Parece que el mindfulnessestá formando parte de mi vida. Confieso que estoy profundizando en el tema y traigo buenas noticias: He conseguido plaza en una asignatura sobre conciencia plena en una universidad noruega. Ocho días repartidos entre enero y mayo. Puedo compaginarlo con el trabajo y estoy más feliz que un anís que decimos en mi tierra de origen.
El 50% es presencial en Oslo y el otro 50% digital desde casa. Estuve dos días en la capital con otros once estudiantes y dos profesores hace un mes. Teoría, práctica y buenas conversaciones con otra gente con la que una siente que encaja. Además me pude tomar una cerveza con mi amiga Sucheta.
El cerebro en modus de estudiante se me ha activado de nuevo. Curioso y divertido. Mucho aprendizaje y, pese al cansancio que sigo arrastrando, me siento feliz con este viaje interior.
Hasta la próxima y feliz Día de la madre en Noruega.
Como en un cuento de la Edad Media. Rodeados por altas murallas y escuchando el murmullo del río. Nos encontramos en Albarracín. Un pueblo con mucha historia y una ubicación privilegiada. Espectacular tanto de noche como de día.
Ese fue el destino principal de una escapada viajera el pasado mes de noviembre. Todo ello tras un fin de semana familiar en Barcelona (gracias a todos), y una pequeña estancia en mi amada Villafranca del Cid.
Bajando a la casa de las conchas en Villafranca
Cerca de Villarroya de los Pinares
Ventajas de viajar fuera de temporada es la tranquilidad que se respira. No tiene precio. Como base, la Posada del Adarve, recomendación de una compañera de mis días de estudiante. Me encanta como las casualidades te hacen recuperar el contacto con gente bonita, y conocer a otras personas. Y es que Loles nos atendió a las mil maravillas.
Vistas desde la habitación de la posada
Desde allí callejeamos y disfrutamos de buenas vistas. Descubrimos una biblioteca pequeñita y un horno de leña que estaba justo encima de la posada. Os podéis imaginar lo feliz que me hizo. El aroma del pan recién hecho y los libros. Así huelen mis sueños.
También hubo tiempo para una excursión en la zona, en el barranco de la Hoz. Con aguas verdes y un paisaje de lo más dramático.
Nos dio por hacer de cabras montesas un ratito y topamos con pequeñas grutas y un molino antiguo en el camino.
La noche antes de partir hacia nuestra siguiente destinación fuimos a un restaurante. Con un menú degustación para chuparse los dedos. Todo productos locales. Hasta nos pusieron trufa recién recolectada en la zona.
Valencia fue la siguiente parada. Tiene una vida tremenda y no faltaron unas tapitas en la plaza del mercado. El aperitivo perfecto antes asistir al concierto de Blaumut. Se me saltaron las lágrimas en algunas canciones. Emociones a flor de piel. La música es una de mis grandes aficiones.
Por la mañana nos tomamos unos churros con chocolate y visitamos el mercado. Me encantan los colores, las texturas y la algarabía de las paraditas. Pedir el turno y deleitarse con todos los manjares. No hay maleta suficiente para llevarse tanta ricura.
Luego vamos que nos vamos para Almassora. A visitar a mi tío Paco. Nos invitó a un aperitivo para chuparse los dedos. Lo mejor: la compañía y todas las historias que nos contó (muy agradecidos por tu hospitalidad, tío)
Más tarde nos acercamos al cementerio donde está enterrado mi abuelo
materno. También muchos sentimientos y buenos recuerdos. Mi abuelo Pepe
nos consentía lo que queríamos y más. Lo recuerdo con enorme cariño.
La última parada, antes de regresar a Barcelona de nuevo, fue en la zona de Terra Alta. Concretamente en los pueblos de Miravet y Tivissa. Las viñas, los cactus, los pajaritos y toda la historia allí. Me sentí como en Nissaga de Poder para los que recordéis la serie.
Vista general de Miravet
La vida en Miravet en otros tiempos
Un paseo alrededor del agua
Tras ocho días de vacaciones llegó el turno de regresar a mi otro hogar. Estamos a 12 de noviembre del 2023. Temperaturas bajo cero, cielo de colores y por la noche, aurora boreal.